Los genios musicales

Es frecuente encontrar en la historia de la música casos de una precocidad realmente asombrosa. Esto no ocurre con otras disciplinas artísticas, salvando las siempre inevitables excepciones, por supuesto. Ni en literatura, ni en pintura, ni por supuesto en la ciencia encontramos algo similar. Hagamos un rápido repaso: Mendelssohn compuso su obertura Sueño de una noche de verano con sólo diecisiete años; Mozart escribió la mitad de sus piezas antes de cumplir los veintiuno, y a pesar de que tuvo una vida de treinta y cinco años llegó a escribir unas seiscientas obras; Meyerbeer era considerado un virtuoso del piano a los nueve; a esta misma edad dio su primer concierto Franz Liszt; Beethoven fue director de orquesta con dieciocho; antes de los dieciocho Shubert ya había escrito ciento cuarenta y seis canciones, tres óperas y dos sinfonías, además de mucha música de cámara; entre los diez y los trece años Haendel compuso más de cien obras religiosas; el padre de Isaac Albéniz preparó el primer concierto público de su hijo cuando éste sólo tenía cuatro años, dio su primer concierto privado con ocho y a los diecinueve ya era considerado un virtuoso del piano; y Weber, por citar un último caso, escribió su primera ópera a los trece años, y a los dieciocho era director de la Opera de Breslau. Pero hay cientos de curiosidades en el mundo de la música que nada tienen que ver con la precocidad, el talento o el esfuerzo de los compositores y sí mucho con el capricho, las manías u obsesiones de los hombres.
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